No hay duda de que el rol de los docentes ha cambiado desde la aparición y la difusión de internet.
El enseñante ha pasado de ser la fuente casi exclusiva de la información que los alumnos recibían a ser un surtidor entre otros, que conserva su prestigio y aura más a causa de representaciones sociales tenaces que no por la real unicidad del conocimiento que transmite.
De hecho, como docentes, no podemos pretender conservar nuestro antiguo y prestigioso rol de fons cognoscendi en la actual sociedad de la información, donde todo el saber humano está ya potencialmente al alcance de casi todos – siempre que sepan qué, dónde y cómo buscar.
Alimentar las viejas representaciones es sin duda un error, y por dos razones.
Primero, porque una enseñanza basada en el miedo, donde el flujo del conocimiento procede unilateralmente de un profesor casi omnisciente a un alumno casi ignorante no llega a producir casi ningún aprendizaje real, como sostiene hoy María Acaso en La Vanguardia y como sostuvo ya hace unos años Jacques Rancier.
El enseñante ha pasado de ser la fuente casi exclusiva de la información que los alumnos recibían a ser un surtidor entre otros, que conserva su prestigio y aura más a causa de representaciones sociales tenaces que no por la real unicidad del conocimiento que transmite.
De hecho, como docentes, no podemos pretender conservar nuestro antiguo y prestigioso rol de fons cognoscendi en la actual sociedad de la información, donde todo el saber humano está ya potencialmente al alcance de casi todos – siempre que sepan qué, dónde y cómo buscar.
Alimentar las viejas representaciones es sin duda un error, y por dos razones.
Primero, porque una enseñanza basada en el miedo, donde el flujo del conocimiento procede unilateralmente de un profesor casi omnisciente a un alumno casi ignorante no llega a producir casi ningún aprendizaje real, como sostiene hoy María Acaso en La Vanguardia y como sostuvo ya hace unos años Jacques Rancier.
Segundo, porque si no proporcionamos a los alumnos unos criterios para evaluar la profusión de información que los rodea,
nos encontraremos con estudiantes que no solo no aprenderán mucho del saber que les transmitimos nosotros, sino que estarán dispuestos a creerse cualquier información que les llegue, convirtiéndose en las verdaderas víctimas de nuestro hábitat hiperinformativo.
Si pensamos que el conocimiento que nosotros podemos ofrecerles tiene algún valor, antes que cualquier otra cosa tendríamos que enseñarles por qué lo tiene, qué es lo que lo diferencia de otro contenido trivial, por qué merece ser conocido mientras que la ignorancia de otras cosas no constituye un problema.
En suma creo que los docentes tenemos que proveer ante todo filtros - un tema trabajado por Clay Shinky - para evaluar la información, intentar ser unas guías en esta realidad tan compleja para que los alumnos puedan primero llegar a las fuentes potables del conocimiento, y después aprender a orientarse solos.
Como ya escribí en otro articulo, estoy convencida que la primera herramienta para llegar a ser unos senderistas expertos en este universo sobrecargado de contenido no son las aplicaciones que hoy en día proliferan en internet, sino una “ética práctica” de la información basada en criterios siempre válidos. Sin llegar a ser tecnófobos creo que no tenemos que dejar de confiar en nuestro espíritu crítico, en nuestras capacidades – que obviamente son producto del aprendizaje, de la educación – de distinguir buena y mala información, porque las normas para evaluarla no han cambiado.
Los educadores tenemos como primera obligación la de enseñar a nuestros alumnos a juzgar con su cabeza, autónomamente, sin confiar en algoritmos que no comprenden, y debemos ofrecerles métodos de valoración de la información que sean los más amplios posibles – buscar las referencias, las fuentes, rehuir el contenido repetido, trivial, poco claro, seguir en suma una dieta informativa que se parece a la que propuso Clay Johnson.
Si ya tenemos clara la distinción entre lo que nos interesa y lo que no, el saber que nos parece valioso y aquello de lo que podemos prescindir, no hay razones para no beneficiarnos de algunas herramientas 2.0 para filtrar y organizar ulteriormente el contenido extraido de la red.
Entre estos filtros de segundo nivel yo recomiendo a mis alumnos el uso de Diigo y Feedly.
Como profesora de italiano encuentro muy útil Diigo para compartir con mis alumnos material ya evaluado por mi parte y también para que ellos puedan compartir conmigo y entre ellos mismos otro contenido que les parezca provechoso, original o simplemente llamativo.
También les recomiendo el uso de Feedly para estar al día de los eventos vinculados al idioma italiano en Barcelona – donde yo enseño – , para que puedan, si quieren, tomar parte y experimentar algunas horas más de inmersión lingüística.
Desafortunadamente mis alumnos son casi todos adultos con una digital literacy limitada y en estos casos el enseñante pasa de ser un “simple” proveedor de filtros a ser un guía-iniciador a la realidad de la red y a su superabundancia de contenido. En esta ocasión el docente tiene que conducirlos a un universo nuevo y complejo y al mismo tiempo proporcionarles unas pautas para moverse con toda seguridad.
Cuando el papel de guía llega a ser tan difícil el riesgo de dejarse seducir por el viejo y cómodo rol de enseñante omnisciente es muy grande. Sería suficiente volver a subir a la plataforma de la cátedra, apagar el ordenador, cerrar la puerta y olvidarse del caos que nos espera fuera de las paredes de nuestra aula. Pero creo que si queremos un aprendizaje eficaz no podemos no intentar ayudar nuestros alumnos a abandonar el lugar seguro en el que se encuentran para arriesgarse en el vasto mundo de la sobrecarga informativa, no obstante todos los riesgos que este paso conlleva. La salida del estado de minoridad es siempre peligrosa, pero es lo que nos hace plenamente humanos.
nos encontraremos con estudiantes que no solo no aprenderán mucho del saber que les transmitimos nosotros, sino que estarán dispuestos a creerse cualquier información que les llegue, convirtiéndose en las verdaderas víctimas de nuestro hábitat hiperinformativo.
Si pensamos que el conocimiento que nosotros podemos ofrecerles tiene algún valor, antes que cualquier otra cosa tendríamos que enseñarles por qué lo tiene, qué es lo que lo diferencia de otro contenido trivial, por qué merece ser conocido mientras que la ignorancia de otras cosas no constituye un problema.
En suma creo que los docentes tenemos que proveer ante todo filtros - un tema trabajado por Clay Shinky - para evaluar la información, intentar ser unas guías en esta realidad tan compleja para que los alumnos puedan primero llegar a las fuentes potables del conocimiento, y después aprender a orientarse solos.
Como ya escribí en otro articulo, estoy convencida que la primera herramienta para llegar a ser unos senderistas expertos en este universo sobrecargado de contenido no son las aplicaciones que hoy en día proliferan en internet, sino una “ética práctica” de la información basada en criterios siempre válidos. Sin llegar a ser tecnófobos creo que no tenemos que dejar de confiar en nuestro espíritu crítico, en nuestras capacidades – que obviamente son producto del aprendizaje, de la educación – de distinguir buena y mala información, porque las normas para evaluarla no han cambiado.
Los educadores tenemos como primera obligación la de enseñar a nuestros alumnos a juzgar con su cabeza, autónomamente, sin confiar en algoritmos que no comprenden, y debemos ofrecerles métodos de valoración de la información que sean los más amplios posibles – buscar las referencias, las fuentes, rehuir el contenido repetido, trivial, poco claro, seguir en suma una dieta informativa que se parece a la que propuso Clay Johnson.
Si ya tenemos clara la distinción entre lo que nos interesa y lo que no, el saber que nos parece valioso y aquello de lo que podemos prescindir, no hay razones para no beneficiarnos de algunas herramientas 2.0 para filtrar y organizar ulteriormente el contenido extraido de la red.
Entre estos filtros de segundo nivel yo recomiendo a mis alumnos el uso de Diigo y Feedly.
Como profesora de italiano encuentro muy útil Diigo para compartir con mis alumnos material ya evaluado por mi parte y también para que ellos puedan compartir conmigo y entre ellos mismos otro contenido que les parezca provechoso, original o simplemente llamativo.
También les recomiendo el uso de Feedly para estar al día de los eventos vinculados al idioma italiano en Barcelona – donde yo enseño – , para que puedan, si quieren, tomar parte y experimentar algunas horas más de inmersión lingüística.
Desafortunadamente mis alumnos son casi todos adultos con una digital literacy limitada y en estos casos el enseñante pasa de ser un “simple” proveedor de filtros a ser un guía-iniciador a la realidad de la red y a su superabundancia de contenido. En esta ocasión el docente tiene que conducirlos a un universo nuevo y complejo y al mismo tiempo proporcionarles unas pautas para moverse con toda seguridad.
Cuando el papel de guía llega a ser tan difícil el riesgo de dejarse seducir por el viejo y cómodo rol de enseñante omnisciente es muy grande. Sería suficiente volver a subir a la plataforma de la cátedra, apagar el ordenador, cerrar la puerta y olvidarse del caos que nos espera fuera de las paredes de nuestra aula. Pero creo que si queremos un aprendizaje eficaz no podemos no intentar ayudar nuestros alumnos a abandonar el lugar seguro en el que se encuentran para arriesgarse en el vasto mundo de la sobrecarga informativa, no obstante todos los riesgos que este paso conlleva. La salida del estado de minoridad es siempre peligrosa, pero es lo que nos hace plenamente humanos.