No hay duda de que el rol de los docentes ha cambiado desde la aparición y la difusión de internet.
El enseñante ha pasado de ser la fuente casi exclusiva de la información que los alumnos recibían a ser un surtidor entre otros, que conserva su prestigio y aura más a causa de representaciones sociales tenaces que no por la real unicidad del conocimiento que transmite.
De hecho, como docentes, no podemos pretender conservar nuestro antiguo y prestigioso rol de fons cognoscendi en la actual sociedad de la información, donde todo el saber humano está ya potencialmente al alcance de casi todos – siempre que sepan qué, dónde y cómo buscar.
Alimentar las viejas representaciones es sin duda un error, y por dos razones.
Primero, porque una enseñanza basada en el miedo, donde el flujo del conocimiento procede unilateralmente de un profesor casi omnisciente a un alumno casi ignorante no llega a producir casi ningún aprendizaje real, como sostiene hoy María Acaso en La Vanguardia y como sostuvo ya hace unos años Jacques Rancier.
El enseñante ha pasado de ser la fuente casi exclusiva de la información que los alumnos recibían a ser un surtidor entre otros, que conserva su prestigio y aura más a causa de representaciones sociales tenaces que no por la real unicidad del conocimiento que transmite.
De hecho, como docentes, no podemos pretender conservar nuestro antiguo y prestigioso rol de fons cognoscendi en la actual sociedad de la información, donde todo el saber humano está ya potencialmente al alcance de casi todos – siempre que sepan qué, dónde y cómo buscar.
Alimentar las viejas representaciones es sin duda un error, y por dos razones.
Primero, porque una enseñanza basada en el miedo, donde el flujo del conocimiento procede unilateralmente de un profesor casi omnisciente a un alumno casi ignorante no llega a producir casi ningún aprendizaje real, como sostiene hoy María Acaso en La Vanguardia y como sostuvo ya hace unos años Jacques Rancier.